miércoles, 10 de marzo de 2010

Algunos Dilemas en el campo de la Violencia Familiar por María Cristina Ravazzola

Junio 2000


Algunos Dilemas en el campo de la Violencia Familiar:

Comenzando por el primero: la Familia como espacio paradojal de amor y violencia*.

Me propongo encarar de frente el carácter dilemático de cada una de las situaciones que enfrentamos en cuanto al problema de la Violencia Familiar.
Como todo lo que tiene que ver con dilemas, no pretendo encontrar las respuestas para estos planteos, sino que considero necesario visualizarlos y enumerarlos para que sean compartidos y discutidos por quienes tenemos que trabajar con las personas involucradas. Tampoco creo que sea tan importante lograr acuerdos sobre estos puntos; sí estoy convencida que el debatirlos nos ayuda a mantener abiertos nuestros canales de dudas y la conciencia de la ubicación psicosocial del tema, lo que implica reconocer permanentemente nuestra responsabilidad en la construcción de cada opinión y cada decisión que se tome, especialmente a niveles institucionales y de ejercicio de poder político y social.

Parto del conocimiento de experiencias en las que, a pesar de la buena voluntad y las buenas intenciones de las instituciones que han intervenido, los resultados han sido desalentadores, a veces con mayor perjuicio para las personas victimizadas de los que ya estaban sufriendo. Es asi que percibo la necesidad de plantear sistemáticamente las dudas y las vacilaciones que nos permitan hacer buenas evaluaciones y elegir soluciones tal vez poco o no “tan buenas” pero que aseguren no provocar mayores daños. Conviene no olvidar que todas las medidas que se toman son producto de una acción humana, y que entonces en ella van a estar presentes las vicisitudes de todas las acciones y reacciones de las que somos capaces los seres humanos (acciones éticas y generosas pero también reacciones a provocaciones, escaladas simétricas, reacciones por heridas al narcisismo, etc.)
Un juez puede ordenar que le quiten los hijos a una madre que se comporta violentamente en su presencia y lo desafía, sin saber que alguna actitud tomada por él mismo puede haber detonado la violencia de la señora, y que tal vez su reacción tenga que ver con cuestiones e ideas acerca de las mujeres y la maternidad que el juez sostiene y que la señora enojada está desafiando. Las razones en las que se sustenta una evaluación que condena a una madre como “cómplice” de su marido abusador, pueden desconocer las situaciones de subordinación y “lavado de cerebro”a la que esa mujer puede haber estado sometida durante años. Las instituciones sustitutivas de las familias pueden respetar y hacer lugar acogedoramente a niñas que han sido explotadas sexualmente hasta niveles de esclavitud y desesperación, devolviéndoles su fe en la vida y en sus semejantes, o ser partícipes de ideologías sutilmente censurantes hacia las niñas o sus familias, tales que interfieran en la construcción y el desarrollo de su autoestima. Podemos estar en contacto con niños que despliegan actitudes de violencia, o presentan enfermedades somáticas inexplicables a repetición y, por idealizaciones de los vínculos familiares, negar a esos niños la posibilidad de recibir ayudas apropiadas. Podemos experimentar emociones de gran indignación que nos lleven a reaccionar violentamente contra quien abusó de su poder frente a otro más indefenso, y reforzar entonces el circuito violento con la excusa de sentirnos justicieros o “salvadores”, desechando las capacidades de cambio de las personas involucradas.
Todas estas alternativas y otras que voy compilando aportadas por las personas que se entrenan en este tema, nos llevan a examinar en conjunto nuestras reacciones a los dilemas que nos confrontan, algunos de los cuales vamos a analizar en los párrafos siguientes.

DILEMAS

1. ¿Qué entendemos por AMOR en la familia? ¿Son compatibles Amor y Violencia?
2. ¿Cuál es el alcance del dominio de la VIDA PÚBLICA y del dominio de la VIDA PRIVADA? ¿Podemos intervenir en la vida de las familias? ¿Cuáles son los derechos y cuáles los límites a esos derechos en cada familia y en cada cultura? ¿Cuánto, cómo y por qué? (Paradoja entre la función familiar esperada de cuidados y protección, y la real función ejercida por aquellos que abusan). ¿Quéhacemos con las culturas que avalan los abusos? (mutilación genital, ritos de iniciación, prácticas deportivas violentas, etc.)
3. ¿Cuánto ayudan realmente los sistemas a los que las personas acuden en busca de esa ayuda? ¿Cómo hacer para que la ayuda no se transforme en un perjuicio aun mayor para las personas que han sido victimizadas?
4. ¿Qué ayuda se necesita de las instituciones de salud y cuál de las de control? ¿Cuándo tiene sentido promover la intervención y cuándo la reflexión?
5. ¿Es necesaria la neutralidad de los operadores?. ¿Cómo pueden los operadores lidiar con sus propias emociones? ¿Cuál es el papel que ellas juegan?
6. ¿Cuáles de nuestras propias creencias pueden estar ayudando a sostener circuitos violentos? Por ejemplo: ¿Es necesario “recomponer la familia”, promover la “revinculación”?
7. ¿Cuál es el alcance del lenguaje que manejamos y cuáles los efectos del uso de esos lenguajes?. Por ejemplo, hablamos de “víctima”, de “violencia familiar”, de “violencia doméstica”, de “abusador”, etc. ¿Este lenguaje favorece los cambios?
8. Los tratamientos psicológicos, ¿para qué sirven?. Sus estructuras habituales, ¿sirven?
9. ¿Se puede conjurar la violencia sin violencia? ¿Cómo podemos hacer para no reproducir la violencia? ¿Siempre la vemos?
10. ¿Qué papel juega el poder, la autoridad, las jerarquías, las injusticias, las experiencias de impunidad que se juegan en la vida pública en el sostenimiento de la violencia en la familia? Los derechos humanos ¿son iguales para todos los y las humanos/humanas?
11. Los discursos acerca de los roles de las mujeres y los varones en la familia, de las diferencias y semejanzas entre los géneros, ¿qué efectos tienen?
12. ¿El abusador es un monstruo? ¿Qué conviene hacer con la persona abusadora? ¿Merece que lo maltraten? ¿Por qué sus familiares la protegen?
13. Los abusadores, ¿son siempre hombres?
14. Los abusadores, ¿pueden cambiar? ¿Qué pensamos al respecto?
15. ¿Puede haber falsas denuncias?
16. Las personas que son abusadas, ¿por qué se quedan con quien las maltrata? ¿Por qué muchas veces las víctimas no denuncian la violencia? Las víctimas, ¿están protegiendo a los que las perjudican? ¿Por qué? ¿A veces también abusan? ¿Cuándo? ¿Cómo las ayudarían? ¿Cómo las protegemos sin sobreprotegerlas?
17. ¿Quiénes deben atender este problema? ¿Qué profesionales están preparados para hacerlo?

Vamos a comentarlos para instalar el debate.

1. Considero que es muy importante revisar nuestras ideas sobre la familia y analizarla desde contextos sociohistóricos. Como sistema social goza del máximo prestigio, como el sistema más apropiado para la crianza de los niños, y el ideal al que pertenecer y del cual participar. Pero, en sus orígenes era el paradigma del poder del patriarca sobre mujer, hijos, sirvientes, animales y esclavos, y a veces vemos cómo resurge esa concepción patriarcal tan amenazante. La alegoría de la familia cristiana nos aporta otros ladrillos importantes para la construcción del imaginario social de la familia. Allí hay una madre amantísima y dedicada a su hijo quien tiene un destino muy importante y es el centro de la cuestión, y hay un hombre, padre, protector de ambos, de la madre y del hijo, que opera más allá de la posesividad sobre la mujer y la descendencia. Lamentablemente, esta imagen de la función de un padre, no ha sido favorecida como modelo por la aprobación masculina, ni aparece en los libros sagrados como prestigiada, sino que su imagen se opaca permanentemente frente al otro PADRE, nada menos que DIOS PADRE, todopoderoso.
¿Y dónde está el AMOR? En la historia de la humanidad la presencia del AMOR como fundante de la familia es bastante reciente. Los matrimonios eran transacciones entre familias que casaban a sus hijos para conseguir mejorar alguna posición. Actualmente el AMOR ocupa un lugar muy especial e importante. La gente se pregunta si está o no “enamorada”, el AMOR forma parte del proyecto de vida, tanto como el “formar una familia”.
Existe una idea del destino humano “normal” especialmente para las mujeres que indica que en el período de vida hormonalmente más apropiado para la fecundidad, ella se va a “enamorar”, se va a casar con quien engendrará y criará hijos. Para el varón esto puede ser semejante aunque se espera que él realice previa o simultáneamente algún logro personal.
Estos imaginarios sociales proponen “ideales” de vida ligados a épocas históricas, clases sociales, tipos de cultura, etc. No son universales, ni necesariamente mejores que otros destinos posibles. Pero no analizarlos y revisarlos nos puede llevar a defenderlos y sostenerlos sin tomar en cuenta cada situación singular y las vicisitudes de cada familia y cada persona.
Y…¿cómo se inscribe el amor de pareja en estos imaginarios? “Si ella me ama”…”si yo la amo”.. La gente se alegra, sufre, reacciona violentamente …y, tal vez, esté entendiendo algo que para el otro o la otra es muy diferente, pero para todos lleva el mismo nombre: AMOR.
Seguramente cada uno de nosotros/as tiene una definición propia del Amor: a mí me calza la de Humberto Maturana: es la aceptación del otro como diferente de mí y, en esa aceptación está el deseo del bienestar para ese otro. Ese amor no es compatible con la violencia. Sí con los cuidados, la contención y la reflexión. En ese AMOR, el OTRO es mucho más importante que mis deseos y mis impulsos. Quizás no todas las personas alcancen a sentir esa maravillosa emoción.
2. En algún momento de la Historia de la Humanidad, la vida familiar pasa a ser paradigma de coto privado, íntimo, reservado a los niños, mujeres y la servidumbre, bien diferenciado de los lugares de encuentro públicos para las conversaciones e intercambios, más propios de los hombres. En esta división se niega la conexión entre una y otra, conexión rescatada por los movimientos de mujeres.
La imagen de la Familia como una entidad social, una unidad en sí misma, cuya estructura es muy importante respetar, hace pensar cualquier acción que se tome sobre ella como INTRUSIVA. Ese mismo argumento se usa cuando se establece la necesidad de RESPETAR los preceptos y rituales de algunas culturas aún cuando éstos cercenen libertades o provoquen daños físicos irreparables (prohibiciones a las mujeres en Afganistán o mutilaciones genitales como la clitoridectomía o la infibulación en algunas culturas de Asia y Africa). Pero, respetar una cultura no es necesariamente acordar con todas las acciones que propone esa cultura. Criticar y oponernos a algunas prácticas de una cultura, fundamentar la crítica y promover debates y acciones de resistencia a esas prácticas en particular, no significa rechazar, despreciar o des-respetar esa cultura como entidad. Lo mismo sucede con la familia. Revisar y cuestionar algunos actos, impedir que se repitan, es una acción de protección positiva en la que, de todas maneras, tenemos que estar alertas para no avasallar esa familia que puede tener muchos otros aspectos positivos que defender y rescatar.
Las metáforas globales nos confunden. No se trata de atacar una cultura o una familia, ni siquiera una persona. Las metáforas que diferencian los componentes de una unidad que no es simple y monolítica, nos ayudan a saber que estamos cuestionando conductas que perjudican y tienen que detenerse.
3 y 4 Vemos distintos tipos de iniciativas para ayudar, cada una con sus ventajas y desventajas. En líneas generales tenemos sistemas de control social y sistemas de terapia que buscan cambios en las reacciones y emociones de los protagonistas a través de procesos reflexivos.
Las agencias, lamentablemente, no siempre son interdisciplinarias, en cuyo caso podrían contar con agentes en ambas funciones. Las funciones de control apuntan a detener el abuso, basicamente a través de producir una distancia física entre la Persona Abusadora y la Persona Abusada. Pero éste es un ejercicio que se hace desde afuera, no desde los protagonistas, y que conlleva tradiciones y reglas de sistemas universalistas muy estructurados como son el policial y el jurídico.
Esto quiere decir que tiene la ventaja de disminuir el riesgo del abuso (incluídos maltratos) pero puede dejar afuera la posibilidad de una ayuda y un cambio en la Persona Abusadora, y también dejar afuera las emociones y necesidades de la Persona Abusada que, en ese caso, podría ser victimizada por el sistema de ayuda.
El polo terapéutico tiene a veces que oficiar de propiciador de conversaciones entre los distintos miembros de la familia y los agentes de control, además de ocuparse de acciones en las que las Personas Abusadas se des-culpabilicen, se des-vergüencen y recuperen confianza y amor hacia sí mismas y hacia quienes las apoyan y las cuidan, por una parte y, a veces, cuando los agentes tienen entrenamiento suficiente, también tiene que ocuparse de explorar los posibles cambios en las Personas Abusadoras.
Hay, al momento, una historia de los intentos de intervención, con tradiciones y con diferencias según los distintos sistemas jurídicos en distintos países. En cuanto a los servicios de salud, hubo períodos en que actuaban al rescate, apagando incendios (como”bomberos”); otros en que se ponía énfasis en la investigación, y eran todos “detectives” en busca de indicios y pruebas[1]. En todo caso, esas sensaciones de parte de los operadores son buenos indicadores de que se están sobreinvolucrando y que deben buscar ayuda en sus colegas de equipo y, a veces, en otros equipos de su red.
Los procesos corrientes se han vuelto programas previsibles de derivaciones, visitas domiciliarias, discusión de estrategias[2] pero conviene tener en cuenta la creatividad y es, a veces, más útil la posible conversación en la escuela o con varias personas miembros de un equipo a la vez, que los escenarios tradicionales. Se trata a veces de lograr un acompañamiento continuado de la familia que asegure los objetivos mencionados:
1) que se detenga el abuso
2) que las personas victimizadas recuperen autoestima y cicatricen las heridas de dolor, culpa y vergüenza y
3) que las personas que han abusado tengan una oportunidad de cambiar y recuperar autocontrol, al menos aquellos que se disponen y pueden hacerlo.
5. Supuestamente, somos más “justos” cuando más ”neutrales” y “objetivos”. Para ello, por ejemplo, el paradigma de la jurisprudencia en clave litigiosa obliga a los jueces a escuchar siempre a las partes y a colocarse en forma equidistante entre uno y otro polo del litigio.
Esto es insostenible desde la idea de que somos todos seres humanos, influenciables y falibles y que ningún sistema nos garantiza una capacidad que hasta los biólogos declaran imposible, fuera del alcance de los aparatos de percepción de los seres vivos[3].
En el tema abusos y en el tema familia esta posición se complica aún más. Los abusos se producen siempre en contextos de inequidad, por lo tanto uno de los actores opera desde un plus que le habilita esa operatoria. Si nos ponemos equidistantes, quien está disminuido en su poder o su prestigio, no tendrá ninguna chance. Y a su vez, el contexto emocional de la familia, las presiones que ese sistema social recibe desde la cultura, las funciones que se supone que sus miembros deberían cumplir, los escasos apoyos sociales con los que cuenta (en nuestros países del 3er mundo, ni siquiera cuentan con un apoyo económico) hacen que ella sea, casi siempre, el único sostén y emblema de supervivencia y crianza que las personas imaginan. ¿Cómo va alguien a “denunciar” a quien ama? ¿Cómo va alguien a “denunciar” o “acusar” a quien es el sostén económico de su familia? Y hablo de denunciar porque, lamentablemente, la lógica de los sistemas sociales de ayuda no es acompañar para parar el abuso sino que es una lógica punitiva y marginalizante. Esa lógica genera contextos que no permiten que las agencias o servicios sean visualizadas como aportes o ayudas sino como enemigos o peligros aún mayores que el mismo abuso.
6. Las ideas y las emociones de los operadores juegan un papel preponderante. Si las concepciones sobre normalidad, maternalidad, distribución de funciones familiares según el sexo, etc. de los operadores no se ven confirmadas por la familia a la que se asiste, las resoluciones van a variar mucho según quien esté a cargo.
El juez no es “la bouche de la loi” como decía Montesquieu sino un ser humano con sus creencias, su historia y sus elecciones y vicisitudes de vida. También los terapeutas, los médicos, los policías.
También son importantes las actitudes que los miembros de la familia adoptan. Una terapeuta pregunta a una señora a quien la jueza quitó la tenencia de sus tres hijas: “¿Por qué quiere usted que le devuelvan sus hijas?” Primero la señora responde indignada ”¿Cómo me pregunta eso? Es una falta de respeto! ¿Le gustaría a usted si le hubieran privado de sus hijos que le preguntaran por qué quiere que se los vuelvan a dar?” Luego se tranquiliza un poco y sigue, ya más emocionada, “Son mías, son mi familia, son lo único que tengo”… La terapeuta se siente inclinada a informar: “La señora expresa una posición narcisista en relación a sus hijas. Las quiere como una compensación para sí misma”. No lo hace porque sus compañeros de equipo le ayudan a reflexionar y ella puede así renunciar a su ideal de madre perfecta, aceptando que estas respuestas no invalidan a esta señora para hacerse cargo de sus hijas. La terapeuta, una madre muy dedicada a sus hijos, quienes la habían elegido para convivir con ella después de separarse del padre, era conciente de su necesidad de ser ayudada por sus colegas por la manera en que ella resonaba con este caso.
Cuando se piensa que la familia como entidad es más importante que las personas, la balanza se inclina a hacer el esfuerzo de “recomponerla” más allá de las conductas que justifiquen este esfuerzo. En Argentina, Buenos Aires, juzgados de Familia en los que es visible este debate, se ha instalado una especie de cruzada pro re-vinculación, que no es otra cosa que el intento de que la persona que abusó y debió alejarse de la familia, se reinserte en ella. Las intenciones parecen loables en abstracto, pero en lo concreto es muy importante examinar cada caso, los tiempos de los procesos, y las actitudes particulares de quienes llevan el título correspondiente a una función familiar (PADRE o MADRE) pero que, tal vez, no la ejercen ni la han ejercido nunca, ni proveen garantías suficientes como para asegurar que no volverán a abusar.
Esta exhortación a terapeutas familiares o a la familia misma, de que DEBE reunirse y tratar la “revinculación” termina por convertir a terapeutas familiares, jueces y asistentes sociales en representantes-abogados del abusador quien no necesita más que jugar un papel de solicitante de perdón en la escena para la que trabajan los profesionales.
7. El lenguaje produce “realidades”. Y al decirlas de determinadas maneras, esas “realidades” quedan fijadas. Por eso preferimos utilizar advervios y verbos que dan idea de movimiento y permiten aceptar los cambios más que sustantivos. Preferimos hablar de personas que están siendo o han sido victimizadas y no de víctimas. Lo mismo con respecto a quienes abusan.
8. No creemos que estas situaciones correspondan sólo al ámbito de lo psicológico. Nos parecen más socioculturales y nos parece que se benefician si se encaran desde este
pre-supuesto. Por eso creemos que es muy importante que maestros, pediatras, vecinos, tengan conocimiento de estos problemas, y que se generen esos espacios reflexivos en terrenos más comunitarios (la escuela, la casa de algún amigo) y menos institucionales (consultorios, juzgados). La escena intimista entre un terapeuta que se juega solo una partida con personas envueltas en estos patrones es casi patética por su inutilidad.
9. Aunque muy difícil, no debemos dejarnos “provocar” por quien actúa o sufre la violencia. Los operadores somos responsables de “parar la pelota” y pensar dónde la pateamos como los buenos jugadores de futbol. Pero eso no es fácil porque estas personas están acostumbradas a manejarse en “alta tensión” y se alivian si se les responde a la provocación aunque también saben que entonces han perdido nuevamente una chance de cambiar. Por eso es que se alivian aún más cuando su interlocutor “desarma” la provocación y los trata humanamente.
Y no es tampoco fácil registrar lo que no queremos o no podemos registrar. Si alguien en posición de víctima nos maltrata, es probable que no nos demos cuenta de ese maltrato. Y entonces lo consintamos. También negaremos la existencia de maltrato si estamos muy imbuidos de nuestra función de ayudar. Los circuitos abusivos producen fenómenos de “doble ceguera”, en los que no “vemos”, pero tampoco “vemos que no vemos” (H. von Foerster). Quienes se automutilan adictivamente o consumen drogas ilegales no “ven” que se hacen daño a sí mismos. Ese daño lo “ven” los amigos o familiares pero no los protagonistas. El fenómeno de la “anestesia” es muy eficaz en los circuitos de Abuso[4]
10. Los contextos que permiten el abuso son los de impunidad, los de justificación y los discriminatorios. Con respecto a la impunidad, en ese contexto no es necesario hacerse cargo de lo que uno hace porque se goza de una condición especial (un empresario argentino paradigma de temas de mafia y corrupción definió al Poder como la capacidad de impunidad).
La justificación es un tema complejo que puede simplificarse a nivel de los efectos del lenguaje. Si preguntamos – y la respuesta es casi automática – “por qué cometiste esa acción (violenta)?”, estamos ya presuponiendo que existe algún argumento que explique una acción. Y, a su vez, cualquier explicación remite a una justificación. Cada vez que explicamos, estamos justificando y dando así lugar a que esa acción se pueda repetir.
Los contextos discriminatorios están habitados por discursos que aceptan discriminaciones, que son formas de caracterizar a los “otros” según alguna descalificación: “No me gustan los judíos, ya sabemos que son avaros” o “Las mujeres son emocionales, no pueden ser objetivas”. Tienen una lógica que habilita a maltratar a ese a quien se considera “menos” calificado. Habilitan a los sujetos a no respetar al OTRO (mujer, hijos) que no tendrían iguales derechos.
11. El contexto de desigualdad más obvio y más negado es el de las diferencias de género, vividas como esenciales y jerárquicas, con las mujeres sólo valorizadas en tanto sean madres ideales sacrificadas y altruistas. Este contexto se expresa en discursos que afirman verdades universales sobre ellas “las mujeres son quejosas”…o “las mujeres no entienden que tienen que callarse”…y sistemáticamente están presentes en las interacciones de los circuitos de abusos.
12. Sólo en unos pocos casos muy patológicos los abusadores son monstruos. Lo más frecuente es que se trate de personas que en algunos contextos se comportan correctamente. Ayuda pensar que ellos habilitan a un personaje abusador interno a extralimitarse y actuar, pero que, bajo ciertas condiciones, podrían aprender a frenarse. Como la impunidad no favorece este aprendizaje, es útil que puedan reparar el daño a la persona victimizada y a la sociedad que abarca a ambos, que eso no justifica hacer a ellos, a su vez, víctimas de malos tratos. En la cárcel, es clásico que los violadores y abusadores de niños sean abusados por sus compañeros que les pierden toda consideración humana, lo que, lejos de significar un ejemplo, no es más que la continuidad de vigencia de los contextos de marginación y exterminio que favorecen la violencia. Muchas veces son los familiares que los protegen quienes tienen acceso y son capaces de tomar contacto con otros aspectos más valorables de esas personas.
13. No siempre los que abusan son hombres pero, por ese plus de poder de la desigualdad de género, sí es verdad que son, mayoritariamente, hombres.
14. Personalmente yo pienso que ellos sí pueden cambiar, salvo algunas pocas excepciones. Son muy provocadores y, a su vez, no saben contenerse si son provocados. Pero muchos pueden aprender a autocontenerse y eso forma parte importante de su tratamiento.

15. El tema de las falsas denuncias es posible pero muy, muy raro. Sólo cobra una dimensión importante en las sociedades en las que se genera un furor preventivo y se entra en suspicacias muy fácilmente. Para los expertos, casi son inexistentes.
16. Este dilema de por qué las víctimas se quedan, es el que típicamente se resuelve con facilidad si le atribuímos a las mujeres o niños maltratados una patología masoquista o una complicidad con el agresor. Pero la cuestión no es tan fácil; parece bastante más compleja y necesita mucha reflexión conjunta. Ya mencionamos el hecho de que las personas victimizadas aman o han amado de alguna forma a sus victimarios. Y el objeto de ese amor es una parte de esas personas que ellas captan y nosotros no. Otras veces es el miedo lo que influye, y las personas temen represalias y ataques aún mayores si cuentan acerca de lo que les sucede o si tratan de defenderse y huir. Y que esas personas sean abusadas no quiere decir que a su vez no puedan actuar abusando. El equilibrio entre proteger y ayudar, por un lado, y, sobreproteger y entonces cegarse frente a maltratos producidos por las personas que son, a su vez, victimizadas, es delicado y difícil. Pero es necesario tenerlo en cuenta para no reproducir el sistema violento. Nadie debería permitir a otro que lo/la maltrate, pero, a veces, esa acción no es visible para la persona maltratada quien puede minimizar o negar el maltrato de que es víctima.
17. Este problema tiene que ser encarado por personas entrenadas, capaces de pedir ayuda cuando la necesitan y de establecer buenas alianzas con los operadores de todos los sistemas involucrados. Deben tener entrenamiento también en los fenómenos de comunicación habituales en estos patrones. Deben saber cómo responder a las provocaciones, cómo aceptar confrontarse con lo que otros ven (conjurar las propias “cegueras”) y haber revisado y cuestionado suficientemente las propias creencias y posiciones en cuanto a las diferencias – de género en primer lugar – de corte discriminador. Si los operadores reproducen los contextos favorecedores de la violencia, no hacen más que consolidar ese patrón. Sus intervenciones pueden ser la clave que modifique el patrón abusivo, o pueden dejar pasar la oportunidad e incrementar los riesgos de estas conductas.

Esta lista no agota los dilemas posibles de este campo. Ni este trabajo los dilucida. Es sólo una invitación a seguir conversando.
*Autora: Dra. María Cristina Ravazzola. Médica, Terapeuta Familiar.
Fund. Proyecto Cambio, Buenos Aires – Universidad Nacional de Quilmes,Pvcia de Buenos Aires, Argentina
[1] Comunicación personal de la Psicóloga Juliana Montefiore, a partir de su participación en equipos de tratamiento de abuso a niños, de Bélgica y México.
[2] De “Taking a Grip on the Debate” (Ruth Gardner) en Child Protection. The Therapeutic Option. Compilación: D. Batty y D. Cullen. BAAF British Library, London 1996
[3] Maturana, Humberto y Varela, Francisco. The Tree of Knowledge: A New look at the biological roots of human understanding. Boston: New Science Library, 1986.
[4] Ravazzola, Ma. C., “Doble ciego” o “No vemos que no vemos”. Historias infames: los maltratos en las relaciones. Buenos Aires: Paidos. 1997

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