jueves, 18 de febrero de 2010

ABUSOS, sí podemos ir más allá del abuso sexual por María Cristina Ravazzola

Algunas reflexiones sobre nuestro trabajo en las esferas de la violencia familiar y de la rehabilitación de adicciones

En la literatura anglosajona sobre el tema abusos, éste se entiende y se asocia inmediatamente al abuso sexual.
En castellano, la palabra ABUSO nos despliega un campo mucho más amplio que vale la pena explorar para que cada experiencia en la que se detecte un abuso pueda complejizar y enriquecer el conocimiento que podemos aplicar sobre otras experiencias semejantes, teniendo en cuenta que los abusos atentan contra las convivencias.
La hipótesis que aquí discuto es la de que el ABUSO implica una dinámica relacional que es comparable y homologable, ya se trate de abuso de sustancias o de personas, asociándose a condiciones de relación tales que hacen posible un mal o exagerado uso del poder de influir sobre otro, o de la confianza que se le otorga a alguien.
Desde hace muchos años he denominado a la violencia en las relaciones como “abuso de personas”, teniendo en cuenta mi experiencia y comparándola con la idea del abuso de sustancias que hacen quienes se drogan o alcoholizan, tratando de encontrar patrones relacionales que ayuden a modificar dichas conductas. ¿Qué es entonces “abusar” cuando nos referimos a la violencia en las relaciones? Es usar a otro como si no fuera una persona, como si fuera una cosa, un objeto a nuestro servicio. Maltratarlo sería tratarlo sin consideración ni cuidado, como se maltrata a un objeto descartable (un insulto habitual durante algunos años, especialmente en palabras de adolescentes en Argentina, es decirle a alguien “sos un forro”, aludiendo al preservativo que se usa y se tira).

Homologación de los circuitos de Abuso

Las personas somos diferentes, singulares, diversas, aunque podamos hacer algunas clasificaciones y asociaciones entre parecidos. En escenarios en los que las diversidades son experimentadas como discriminaciones desde sujetos con acceso a la expresión pública hacia quienes ellos consideran como inferiores, estos últimos son fácilmente despojados de su carácter de personas y asimilados a “cosas” que se pueden usar. Son el “otro”, diferente del “Uno” de Durkheim, y, por lo tanto, son vistos, aun por sí mismos, como menos valiosos. De alguna manera entonces, son a veces menospreciados quienes no han tenido una educación completa, empleadxs de servicios domésticos, ordenanzas, secretarias, cadetes, personas con piel más oscura, mujeres, ancianxs, etc.
Pero estas diferencias jerárquicas pueden instalarse también y perpetrarse abusos a partir de emociones que impiden a algunas personas el ejercicio de un poder, aunque lo tengan. Es así como, en las relaciones de pareja y de familia, hay fenómenos abusivos que se instalan desde quienes son “más queridos” hacia quienes los aman. Un ejemplo de esto son los abusos tiránicos de los hijos adolescentes hacia sus padres en las convivencias familiares. “Trato a quien me quiere con cierto desprecio, los maltrato. Sé que igualmente van a estar ahí para mí. Su incondicionalidad los hace vulnerable a mi poder, del que yo entonces hago uso” parece ser el discurso propio de los jóvenes que participan de programas de rehabilitación de adicciones a drogas.

Estas reflexiones permiten caracterizar una dinámica común a todos los abusos, que puede describirse como un patrón repetitivo sostenido por ideas, emociones, acciones y estructuras compartidas. Siempre se puede complejizar estas dinámicas, sumando ideas como las de la clásica afirmación de Salvador Minuchin de que para que alguien, en un sistema, se comporte abusivamente, tiene que haber otro (bien puede ser una cultura o uno de los padres – en el caso de los hijos) que lo sostenga.
En relación al abuso de sustancias, parece haber “un sujeto” que abusa de la indefensión de “otro” como un diálogo entre dos partes de sí mismo. El “abusador” se aprovecha de la vulnerabilidad (falta de confianza en sus potencias, años de abandonarse al impulso, etc.) de la otra parte de sí mismo, como quien se empuja a un acto suicida.
Nos encontramos otra vez frente a un perpetrador impulsivo e intolerante que se aprovecha de otro/otra a quien menosprecia, a veces porque el amor le impide defenderse. La conversación descripta puede producirse entre personas diferentes, o entre partes de una misma persona.
Estas homologaciones nos han permitido diseñar programas de recuperación de las adicciones en los que se desarrollan actividades en las que el acento está puesto en examinar y ayudar a los consultantes a contener actitudes de maltrato. Producimos así escenarios análogos a los que se producen frente a la tentación de la sustancia adictiva. No es entonces que se abuse sólo de las sustancias, sino que una parte de uno mismo abusa de otra parte de nosotros mismos que todavía no puede plantarse y decir NO. Un discurso parece ser: “Tengo la posibilidad de hacer contigo lo que quiera, y nada se interpone entre mi impulso y lo que necesito para mi satisfacción”, mientras que la otra voz, que se podría interponer u oponer, o no se escucha o de algún modo se asocia inadvertidamente en los mismos pensamientos de quien abusa. Es por eso que para nosotros es tan importante revisar y analizar los discursos y las ideas detentadas por todos quienes participan de circuitos abusivos, incluyendo las ideas de los profesionales involucrados en los tratamientos y las de los funcionarios que deben hacer aplicar la ley.
Las ideas que encontramos con frecuencia remiten a estereotipos sobre los roles de padre y de madre en las familias, sobre lo que es ser hombre o ser mujer, sobre lo que es el sexo, el amor, etc. Cuando las personas involucradas en estos circuitos abusivos comienzan a hacer pequeños cambios en sus conductas y a dejar aparecer dudas en sus sistemas de creencias, podemos observar cómo esas conversaciones propias de los abusos van cediendo cada vez más terrenos a diálogos enriquecidos y enriquecedores donde las diferencias suman y donde los mensajes de confirmación y de aprecio comienzan a ser los más habituales.

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