miércoles, 13 de octubre de 2010

Algunas reflexiones que surgen de la participación en un espacio de supervisión por Inés Biedma




Inés Biedma, septiembre de 2010


Luego de más de veinte años de haberme graduado como psicóloga, me detengo a pensar en mis espacios de supervisión, haciendo foco en el actual, al que concurro desde hace más de un año.
A medida que comienzo este texto, noto que la palabra “supervisión” alude a la acción que una persona de rango superior (en su formación, experiencia o capacidad), ejerce sobre otra de un rango inferior. Alguien que supervisa el accionar de otro/a, en una relación asimétrica.
En el caso de las psicoterapias, comúnmente se llama “supervisión” al espacio en que los psicoterapeutas obtenemos la ayuda de un profesional rico en experiencia para “ver” juntos determinados pacientes que estamos tratando en psicoterapia o evaluar cómo enfocar de la mejor manera posible la asistencia psicoterapéutica a una persona, una pareja o un grupo.
En ocasiones, cuando se me pregunta qué orientación teórica y/o técnica tengo como profesional, tomo en cuenta tanto mi formación académica, como aquella que surge de otros espacios de aprendizaje que han enriquecido mi labor en donde, va de suyo, la obvia presencia en la lista de los espacios de supervisión, que en mi caso han sido en un principio individuales y más tarde, grupales.

Luego de este pequeño prefacio, quisiera transmitirles algunos de los aportes que considero he recibido en el espacio de supervisión grupal de la Dra. Cristina Ravazzola, médica psiquiatra, coordinadora de la red PIAFF.

Los integrantes de los encuentros de los viernes por la mañana conformamos un grupo extenso en el cual disponemos de tiempo para alternarnos en la supervisión, según surja la necesidad de “llevar” pacientes de los diferentes miembros del grupo. Utilizo el encomillado de aquellas palabras que podrían traer inconvenientes a la hora de la comprensión de su aplicación, porque creo importante que quienes las utilizamos podamos interrogarlas para así tomar en consideración que nuestra elección de su utilización no es azarosa.
Por otra parte, cabe destacar que en la supervisión con Cristina en particular, en diversas oportunidades vemos pacientes “nuestros” en su consultorio. Esto conforma una modalidad de trabajo de la cual nunca antes yo había participado. Cuando por alguna razón cualquiera de los terapeutas que formamos el grupo necesita ampliar la mirada acerca del trabajo con algún paciente, pareja o familia, se le brinda la posibilidad de “ver” a dichos pacientes en el espacio de la supervisión con el/los paciente/s presente/s en el consultorio de Cristina, en presencia de ella misma y de todo el grupo.
Las relaciones terapéuticas que estudiamos con nuestra coordinadora suelen tener determinados rasgos en común. La mirada de las psicoterapias es siempre vincular, aún tratándose en oportunidades de tratamientos individuales. No hablamos de “sujetos”, pero sí hablamos de personas. Evitamos juzgar, aún en las situaciones que demandan de nosotros un esfuerzo importante de comprensión de las diferencias personales y la exploración de los anhelos de cada quien, prácticas que estimulan el constante cuestionamiento acerca del sistema de creencias personal propio de nosotros, los terapeutas.


La violencia que aparece muchas veces en los relatos de la vida personal de los pacientes, es interpretada como una dificultad de la cual nos participan y que debemos explorar con detenimiento para desenmarañar una trama que siempre involucra a todo un sistema vincular. En el mismo, no habría víctimas y victimarios, sino que existirían personas afectadas emocional y/o físicamente en un tejido social extenso. Es una violencia que nos interpela y demanda de nosotros un cuidadoso recorrido y análisis de la propia historia, para comprender de manera insoslayable que el mundo no se divide entre personas violentas y no violentas, enfermas y sanas, dependientes y autónomas. Comprender, insisto, que los afectos, las emociones y las conductas, aún los más incómodos y difíciles de reconocer en primera persona, forman parte en mayor o menor medida de los sistemas a los que pertenecemos los seres humanos todos. Esto se da así porque los mismos se hallan presentes en mayor o en menor intensidad en el extenso y variado universo de personas, quienes contamos, a la vez, con mayores o menores posibilidades de autocontrol y de afrontamiento.
Entendemos, en todo caso, que la riqueza de la humanización de los vínculos reside en la posibilidad de ejercer un diálogo interno con diferentes aspectos de nuestra personalidad, con emociones diversas que pujan por ser expresadas o acalladas, en una trama en donde el vínculo con los otros nos ofrece aprendizajes diversos. Comprender, de alguna manera, que nada de aquello que nos confía un paciente, nos es ajeno, nos permite operar para favorecer algún cambio posible.
Cuando vemos pacientes “in situ”, el grupo de supervisión se transforma en tribu, volviéndose partícipe de aquello que se despliega en el consultorio y se escenifica de modo tal que los participantes no podemos sino ser transformados por la experiencia, a la vez de ser protagonistas ávidos de ver cambios futuros en la escena que se representa. El equipo es un sistema operativo móvil y flexible que interactúa multiplicando los recursos individuales, ofreciendo múltiples ojos, orejas y bocas que, hallándose a disposición de la tarea, generan una trama de inclusión y reconocimiento social. Los aspectos individuales se reconocen, significan y abordan desde una malla vincular donde nadie queda afuera. El terapeuta conducirá siempre desde una presencia que permitirá que aflore la confianza, que se afianzará con las conversaciones colaborativas, en las cuales podrá inclusive compartir sentimientos que surgen de experiencias de su vida personal, permitiendo de esta manera la humanización del vínculo. Las personas que consultan se sentirán reconocidas en sus necesidades en la medida que exista un reconocimiento por parte de los terapeutas de nuestras propias necesidades y deseos. Desde el mutuo reconocimiento, podemos construir la noción de equipo.
La mayoría de las veces, siendo en nuestra mayoría, psicoterapeutas, deseamos e intentamos promover cambios en los pacientes. A veces se logra que un paciente modifique situaciones y otras se accede solamente a la posibilidad de que en la repetición, luego de una toma de conciencia, las emociones se desplieguen de manera tal que el protagonista pueda evitar quedar atrapado en el sometimiento a estereotipias en aquellos casos que las situaciones son difíciles de modificar llevando al concomitante malestar afectivo.
El conjunto de elementos técnicos a disposición, son las herramientas que posibilitarán la construcción de una narrativa común en la cual se gestará el desafío de nombrar las situaciones que se desean modificar y establecer los procedimientos necesarios para que los pacientes se puedan asumir como arquitectos de su propio proceso de cambio. Las conversaciones colaborativas forman parte de este conjunto. En ellas se intenta enunciar el conflicto o situación problemática, orientando la escucha para encontrar en equipo, las posibles respuestas o pasos a seguir, estableciendo acuerdos que se sostienen de manera grupal.
En lo personal, entiendo que la supervisión “en tribu” ofrece a los pacientes la posibilidad de participar a un grupo extenso de personas su propia conflictiva, limitación o preocupación. Quienes compartimos el encuentro pasamos a ser testigos de situaciones personales y vinculares entrenando la escucha, de modo tal que los pacientes recibirán la confirmación acerca de que aquello que sienten y viven los humaniza y que es en la trama vincular donde encontrarán el apoyo para enfrentar el desafío de afrontar las situaciones que los aquejan de manera de abordar un cambio auspicioso.
Las rupturas de una trama social que es atravesada por una cultura que extingue toda esperanza de encontrarnos reconocidos en el dolor, la pena, las dificultades, las preocupaciones y las fisuras, manan de la instauración de un sistema exitista e individualista que nos desafía a multiplicar la escucha. El reto a entrar en contacto con los propios deseos, las elecciones personales y las necesidades propias en el ejercicio de la libertad, nos compromete como personas a iniciar un camino en el cual necesariamente habremos de interpelar a los paradigmas de las ciencias y de la cultura dominante.






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